martes, 15 de enero de 2008

Mirá el petardo ese!!

Durante muchos años viví en Valparaíso con una vista frontal y totalmente despejada de la bahía. Entonces, éramos una familia mucho más popular que ahora, pues cada año nuevo venían parientes de la partes más diversas a abrazarnos personalmente. Extrañamente desde que nos cambiamos a Reñaca parece que hemos perdido la simpatía o el glamour, ya que nadie nos visita en estas fiestas (o a nadie le interesa nuestra vista al bosque). Pero como somos entusiastas, este año partimos a la playa misma a contemplar los fuegos artificiales y como además somos fanáticos, llegamos temprano y nos localizamos justo frente a la balsa de lanzamiento. En un principio éramos pocas familias, pero ya había un indeseable: el típico espécimen que le gusta llevar la guaripola. Intentó primero aplaudiendo para que lo siguieran, pero nadie lo hizo; luego se puso a cantar “un año más”, pero tampoco tuvo éxito y finalmente en su desesperación por ser figura entonó el “ceacheí”, al cual un par de pelagatos contestamos como acto reflejo. Pelagatos digo, porque estábamos rodeados de argentinos.
Los argentinos sí que tienen un sentido de familia que puede hacer sentir la tuya realmente miserable. Mi familia consta de papá, mamá e hija (2 jubilados y una persona que busca trabajo por primera vez, o sea: 0 aporte para la sociedad). Los argentinos en cambio, llegan a la playa con hermanos, tíos, hijos, abuelos, mates, sillas, mesas plegables y uno se pregunta dónde estacionaron semejante camión para traer tanta gente y mobiliario. Se sacan fotos, el abuelo anda disfrazado de gaucho, hay hasta una guagua recién nacida y ocupan la mitad del sector. Mientras mi familia y sus tres integrantes está concentrada en no ser pisada o enterrada en la arena, el abuelo-gaucho llama a sus dos nietos: “Che, Lautaro, vení para acá…che Augusto, vos también!!!”. Plop. Nos usurpan hasta los personajes históricos (buenos o malos)!.
Finalmente el guaripola decidió llamar la atención con algo útil e hizo la cuenta regresiva. 3…2…1!!. Pensé en lo feliz que fue el 2007; me licencié, tuve una práctica que disfruté y donde conocí gente maravillosa, hice tantas cosas que siempre quise hacer y tengo mi familia sana y junto a mí. Luego vi como toda la bahía, desde Playa Ancha hasta Reñaca, se iluminó de palmeras, caracoles, bengalas multicolores (y no como dijo un argentino desubicaado en medio del destello de las 23 toneladas de bombas: “mirá el petardo ese”) y sólo cuando los 25 minutos de magia acabaron y tras constatar el colapso de los celulares, me di cuenta de algo: acostumbrada a pedir pasar mis exámenes en marzo, encontrar al amor de mi vida, pasar mi examen de grado (petición única los últimos 3 años!), o que mi familia recupere la salud, este año simplemente olvidé pedir deseos.
Es que es difícil desear algo, cuando se tiene todo.

Texto publicado en El observador, sábado 5 de enero.

martes, 8 de enero de 2008

La indigidad y el estudiante de derecho

Siempre pensé que a los 22 años sería una abogada titulada. Siempre pensé que iría a Alemania para el mundial del 2006. Todas las navidades pienso que es último año que hago todo tipo de malabares para comprar algo decente para mi familia y amigos, especialmente porque son todos una tropa de inconscientes que están de cumpleaños en diciembre, como si fuera un mes sin suficiente gasto!.

Pero bueno, al menos este año tuve mi licenciatura, por suerte antes de cumplir 30, para no ser tan indigna. La indignidad ha sido mi fiel compañera durante estos últimos años (la única fiel, pues ni hablar de mi ex y los diversos gorros que me confeccionó tanto en Chile como en Francia). Y creo que es la compañera de todo egresado de derecho hasta que se titula. La gente te pregunta por qué llevas tanto tiempo estudiando si es un examen no más, con cara de sospecha, como pensando que uno o bien está consumiendo drogas duras o es derechamente idiota; vas al paseo de los 10 años de egresado del colegio siendo un perfecto don nadie, mientras todos llegan en autos del año y hablan de su flamante vida laboral, ves que se titulan los hermanos chicos de tus amigos, o peor, tus propios hermanos chicos!, y como no tienes plata para nada más que para aquellos sucuchos que uno frecuentaba en la vida universitaria, pero tus amigos ya no están a ese nivel, se pelean por pagarte la cuenta de algún lugar top al que te negabas a entrar por escasez de presupuesto. Entonces uno aprende a perfeccionar la siempre útil cara de póker.

Así, miraba yo a los licenciados 2007 mientras comenzaba el acto y pensaba: "estos son como los sobrevivientes de Vietnam". Tenemos la complicidad de haber vivido en las tinieblas, estudiando para el examen de grado, haber luchado contra una comisión, los propios miedos, las expectativas de la gente y haber vencido. Pero este pensamiento heroico acabó al oír el discurso de la mejor egresada. Al principio pensé que se refería a otra carrera, especialmente porque parecía tener como 10 años menos que yo. Luego pensé que había estudiado en otra Escuela, pero finalmente recapacité y vi que toda mi dura experiencia se debía nada más que a mi culpa, a mi gran culpa, pues mientras yo danzaba El cucumelo alrededor del cubo del Club Valparaíso, con un vodka naranja en la mano teniendo prueba de penal el lunes, ella seguramente estaba estudiando. Pero no. Eso habría sido demasiado cool, y como les explicaba, la indignidad se niega a abandonarme: sacando bien la cuenta, la mejor egresada sólo puede haber bailado El cucumelo en su graduación de octavo básico. En octavo básico, para que tengan una referencia, yo chillaba por los New Kids on the Block. Bien indigna, como siempre

(texto publicado en el diario El Observador sábado 29 de diciembre de 2007)